Baby, de Juanma Bajo Ulloa

FÁBULA SOBRE LA MATERNIDAD.

“El amor de madre es la paz. No necesita ser adquirido, ni merecido”

Eric Fromm

En el universo de Juanma Bajo Ulloa (Vitoria-Gasteiz, 1967), encontramos muchas jóvenes, de aspecto aniñado, con profundos traumas psicológicos, encerradas en existencias dolorosas, tanto físicas como emocionales, envueltas en reinos de maldad y oscuridad, pero eso sí, fuertes y valientes que harán lo imposible para vencer sus miedos, a sus enemigos y salir de su pozo. Los relatos del director vasco están envueltos de cuentos de hadas, rasgados por el misterio y la incertidumbre, una especie de laberintos físicos y psíquicos en los que sus criaturas en apariencia indefensas deberán pasar unas pruebas, para de ese modo encontrar su camino, y sobre todo, su amor. Bajo Ulloa ha fabricado una carrera muy heterogénea, en la que tocado varios palos, como los de la música rock, con abundantes videoclips o documentales, el teatro con Pop Corn (1998-9), pero sobre todo, el cine, con seis títulos, en los que ha emprendido dos formas de plantearlos. Por un lado, tenemos la comedia gamberra, crítica y disparatada con Airbaig (1997), y Rey Gitano (2014), con la complicidad de intérpretes-colegas. Y por el otro, fábulas sobre la condición humana, envueltas en un cine simbolista, lleno de metáforas y muy sensible, con títulos memorables como El reino de Víctor, mediometraje de 36 minutos, su deslumbrante opera prima Alas de mariposa (1991), galardonada con la prestigiosa “Concha de Oro” en Donosti, La madre muerta (1993), Frágil  (2014).

En Baby, Bajo Ulloa vuelve a sus heroínas frágiles e indefensas, con una chica toxicómana y perdida, del que no se nos desvelará su nombre, como ocurre con los demás personajes, una joven que acaba de ser madre, pero incapaz de hacerse cargo de la criatura, decide venderlo a una madame que trafica con niños. Pero, la joven se arrepiente y decide recuperarlo. El relato que arranca de forma oscura y siniestra, más cerca del género de terror, donde el primer Polanski o el Giallo italiano no estarían muy lejos, mostrándonos una sociedad corrupta, vacía, llena de vicio y autodestructiva, nos encontramos a la chica, que vive en la más pura desolación, sin futuro ni nada, y después de parir, se verá aún más desorientada y cerca del abismo. Aunque, después de deshacerse del bebé, se verá más perdida, y llena de dudas y remordimientos, y emprende un viaje a lo más profundo de su alma, enfrentándose a una mujer sin escrúpulos, que vive con su hija y una albina especialista en el tiro con honda, sumergiéndonos en la casa de los horrores, una especie de casa a medio camino, entre el “Paradiso Perduto” de Grandes esperanzas, de Dickens, las casas góticas inglesas del silgo XIX, muy del universo de Poe y Lovecraft, y la casa siniestra de La matanza de Texas, llena de polvo, hierbas y moho, donde hará lo imposible por recuperar a su bebé.

La película prescinde de diálogos, dando todo el valor a la imagen y el sonido, con ese aspecto sombrío y lúgubre que recorren todos los cuadros, con la magnífica luz de Josep María Civit, que después del inmenso trabajo en La vampira de Barcelona, acaba el año con otra espectacular fotografía, vital para una película de estas características, o el sonido que firman Iñigo Olmo y Martín Guridi, consiguiendo ese empaque necesario para encerrarnos en esa casa y ese bosque, con el fuera de campo imprescindible en una película que anuda de forma brillante el género de terror con lo social, y el drama más intimo. Qué decir del grandísimo trabajo de la música, con Bingen Mendizábal, que ha estado en casi todas las películas del director vasco, con la complicidad de Koldo Uriarte, para crear esa atmósfera de fantasía y realidad que también casa con el relato. Y finalmente, el preciso trabajo de edición que firma Demetrio Elorz, contribuyendo a crear ese tempo cinematográfico pausado y profundo que tanto demanda la película.

La naturaleza y sus animales, filmados de manera espectacular, mezclando toda su belleza y horror, funcionan como el reflejo para indagar en las motivaciones de todos los personajes, generando todos esos instintos que los hacen moverse hacia un lado u otro, donde cada personaje va mostrando su complejidad, contradicción y misterio. Un relato sobre la vida, la lucha y la muerte, debía tener un reparto muy sobrio y que transmitiera todo lo que las palabras no van a hacer, y lo consigue con grandísimas composiciones, empezando por Rosie Day, la actriz británica que hemos visto en películas como Blackwood, de Rodrigo Cortés, o la serie Outlander, da vida a la heroína de ese cuento sobre el miedo y el amor, bien acompañada por la estadounidense Harriet Sansom Harris como la bruja de Hansel y Gretel, en este caso, de Gretel, y sus cómplices, la niña Mafalda Carbonell y Natalia Tena, como una albina y su honda, tan siniestra y rara como la relación que mantiene con esta familia tan oscura, y la siempre interesante presencia de Charo López. Bajo Ulloa ha construido una inquietante y maravillosa fábula sobre que significa ser madre, con toda su belleza y horror, en una película asombrosa y fascinante, a ratos hipnótica y terrorífica, llena de misterios, monstruos interiores, y espectros como el miedo, la maldad y la envidia, un viaje a todo aquello que nos mueve, que nos ayuda a seguir viviendo, un poema fantástico de aquí y ahora, que nos emociona, devolviéndonos todo aquello del cine de los pioneros, devolver a la imagen todo su esplendor, su belleza y todo el misterio que la envuelve. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA