La odisea de Alice, de Lucie Borleteau

ImprimirENTRE DOS MUNDOS.

La joven directora francesa Lucie Borleteau, con experiencia en labores de producción y dirección al lado de directores de la talla de Claire Denis o Arnaud Desplechin, se enfrenta en su opera prima a un relato situado a bordo de un viejo carguero, “Fidelio” (título original de la película) siguiendo los pasos de Alice, una joven ingeniera que se embarca para sustituir a un marino fallecido. En tierra, deja a Alex, su prometido, un dibujante de cómics, en el buque, se reencontrará con Gaël, su primer amor, y capitán del navío.

Borleteau huye de los relatos de aventuras marinas, de Stevenson o Melville, aquí no hay ataques de piratas, motines a bordo, etc… Su interés reside en la cotidianidad de unos marinos, todos hombres, excepto Alice, describe con especial realismo ese mundo, un mundo alejado de los suyos, un universo diferente, donde conviven franceses y filipinos, donde los únicos problemas son mecánicos o algún que otro conato de incendio, en el que se come en grupo, donde se vive con gran camaradería y cooperación, que sigue en las salidas nocturnas que llevan a cabo cuando atracan en un puerto para descargar o recoger mercancía, las labores de mantenimiento mecánico y las largas horas de descanso, donde el mar inmenso devora a cualquiera, en el que la inmediatez de la sociedad no tiene cabida, y se impone otro ritmo, más pausado y suave. Alice, vive con el recuerdo del amor que ha dejado en tierra, y la aventura que emprende con Gaël, sus derivas emocionales, y su planteamiento de un amor que se preocupa del otro, soñando con la utopía de amar y estar con dos personas indistintamente, la llevará a plantearse muchas cosas de su vida, y sobre todo, no sólo a aceptarse a sí misma, sino también a asumir que las emociones de los demás pueden ser diferentes a las suyas. Borleteau ha fabricado una película sencilla y honesta, que miramos con tranquilidad a través de los ojos de Alice, de sus caminos confusos emocionales y el desarrollo cotidiano de un viaje a bordo de un barco, donde nos impregnamos de sus olor a salitre, a grasa, nos ensuciamos con su mecánica, y asistimos al ruido ensordecedor de su maquinaría.

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La cineasta francesa apoya su película en su heroína Ariane Labed (vista recientemente como camarera servicial en Langosta, de Yorgos Lanthimos), su mirada magnética y profunda, acompañada de un físico frágil y sólido a la vez, y una interpretación llena de fuerza y cargada de erotismo y sexualidad, que le valió el premio a la mejor actriz en Locarno, es una de las grandes bazas con las que juega la película. Además, de un interesante reparto que amén de los dos amantes de Alice, constituyen un ágil microcosmos de personas que se mueven eficazmente por el interior del buque, por esos pasillos estrechos y oscuros, y por las salas de máquinas llenas de grasa y humo. Borleteau deja el protagonismo a sus actores, a sus confusiones amorosas, a sus sentimientos, a todo lo que les rodea en ese mundo de travesía que se impone en sus existencias, a un mundo rodeado de mar, una cotidianidad que nada tiene que ver con lo que sucede en la tierra, una premisa que nos lleva a recordar unas palabras que Alice suelta a Gaël en un momento de la película: Lo que sucede en el mar, se queda en el mar.

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